Hay tempestad en la Costa Atlántica de Francia y España. Pero mi tempestad ya ha pasado y, me encuentro en un estado de calma, de celebración del amor, de perdón y reconciliación. Estoy sentado en la sala de espera del Hospital Fundación Jiménez Díaz, uno de los tres hospitales del area universitaria. No soy el único en esta sala, en la sección de Radiología. Hoy estoy cohibido, sin embargo. No leo en voz alta las páginas del Washington Post o del New York Times, como lo he hecho ayer, cuando estaba en otra sala de espera, en el mismo hospital, en la sección de Traumatología. Entonces leía acerca del llamado telefónico que Trump realizó al premier australiano, y que culminó en lo que se ha calificado como el peor desenlace telefónico posible. Trump, el presidente de longevo jamás elegido en los Estado Unidos, es, efectivamente un niño caprichoso de 70 años. Coge el teléfono y le dice a cada uno de los líderes del mundo, “Soy el presidente de los Estados Unidos y, además, soy rico”. La mayoría de los artículos y opiniones de ambos diarios norteamericanos tienen relación al actual y peligroso inquilino de la Casa Blanca. A veces hacía una pausa para beber agua en el bebedero ubicado al costado de los Aseos y, luego regresaba para seguir leyendo en voz alta.
“Puede que moleste a la gente que leas en voz alta”, me observa Nuria, al encaminarnos hacia el carro que estaba aparcado a unos trescientos metros de distancia. Ahí seguía el africano con el chándal ADIDAS de color negro. Había otros africanos apostados en distintas secciones de las calles circundantes a los hospitales. Cada uno de ellos, con sus secciones específicas, cumplían a rajatabla su función de cuidar los carros y, por supuesto, recaudar. No me imagino a alguien que se marche sin pagar, al menos un Euro por el encargo. No hay lugar disponible para aparcar literalmente, de modo que sí representa, la presencia de estos cuidadores de carros, un servicio más que justificable. No puedo decir lo mismo de aquellos que se apostan frente a las puertas de un supermercado, con el periódico La Farola bajo sus brazos.
No voy a entrar en detalles acerca de los acontecimientos de las últimas horas que me llevaron a encontrar esa orilla de satisfacción y amor en este mi tiempo presente, pero sí diré que ya no estoy en el Hostal Welcome. Todo pasa en la vida, somos como el río que fluye. Ahora es tiempo para reflexionar acerca de muchas cosas que a veces las dejamos pasar a consecuencia de la rutina o el aburrimiento. De pronto, uno o una seguidilla de eventos nos coloca frente a nuestros propios espejos existenciales. Y empezamos a valorar lo que perdemos, a enmendar errores, a reconstruir el tejido de relación con el otro y con nosotros mismos.
Una nueva etapa acaba de empezar en mi vida, coincidentemente con el primer dia de Febrero del dos mil diez y siete. Y, estoy muy contento de que haya ocurrido.
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