Estoy sentado -a la hora en que empiezo a escribir esto- en la sala de estar del Centro de Acogida de Zamora, Madre Bonifacia, el Albergue de Indigentes, patrocinado por Cáritas y gestionado, según la oficial de la Policía Local que me atendió este mediodía, por una firma privada. Supongo que es como las denominadas escuelas concertadas . Juan, uno de los monitores de este acogedor sitio, acaba de informarme las normas que hay que observar en todo momento, entre las que se hallan, por supuesto, no consumir drogas o alcohol dentro ni fuera del recinto; ser puntuales con los horarios, observar el respeto y las buenas maneras en las relaciones interpersonales, etc. Juan, al igual que María, la directora, asi como Jesus, David, Luisa, los demás monitores, ya han tomado conocimiento de mi situación: un hombre con el rostro fatigado, arrastrando una feroz bicicleta que, logísticamente, es imposible de ubicar en ningun lugar. Mi inmediato futuro, sin embargo, está sujeto a este requeri