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Los Milagros Existen | El Destino También

Creo que el llamado destino es una combinación de la propia voluntad o deseo de uno de hacer tal cosa, de decidir por sí mismo, un 50 %, y, la otra mitad, una fuerza del Universo al cual muchos llaman “Dios” y que impulsa, incluso que conjura, en favor o en contra, depende de la interpretación de uno. Básicamente, esto fue lo que pasó conmigo el Domingo pasado, dia 14 de Mayo de 2017. Salgo hecho jirones del sitio donde me hallaba, cerca del Metro Alvarado, en la Calle Teruel, de Madrid. Antes de salir, deposito en el suelo de la vereda, cerca de la Panadería “La Miguilla” una caja de PVC resistente con la siguiente inscripción: “Estimado vecino, soy un aventurero en bicicleta y, como veras, no he podido llevar esta caja conmigo. Esta caja contiene cartas postales relativas a mi actividad de promoción de la bicicleta por el mundo. Gracias por conservarlo hasta mi regreso. Mi teléfono de contacto es 631 xxx 187” Había adherido una carta postal sobre la tapa de la caja, la noche anterior. También, en letras grandes, mi nombre y apellido. Era una caja pesada, llena de cartas postales de aquellas que voy repartiendo junto a mis artesanías, un elemento fundamental en mi sobrevivencia que, a última hora, la persona que en principio dijo “si, no te preocupes, yo te la guardo”, dos días después se desdice intentando grotescamente excusarse. Tuve que sacarla nuevamente del sitio donde supuestamente iba ser guardada. Un sábado por la noche no es fácil hallar a alguien a quien recurrir. Ya las tenía perdidas. Dije: “-Escribiré una carta al estimado vecino, a cualquiera que tenga la buena voluntad de ayudarme a guardar esta caja que no deja de ser valiosa para mí”.

Al depositar la caja en la vereda, casi al frente de los contenedores de reciclaje de cartones y vidrios, a pasos de la Panadería de la esquina, dije: “Aquí te quedas. Ojalá alguien se apiade de tí”. Seguidamente me monté a La Ponderosa y salí rumbo hacia la Calle de Bravo Murillo, en dirección a La Dehesa de la Villa. Frente a mí, el aquí y ahora, el now. Detrás, el pasado inmediato al cual no me voy a referir por respeto a mí mismo y a los demás protagonistas de mi entorno. La Dehesa de la Villa, a esas horas de la mañana, ya ofrecía la primera estampa de un verde tan necesitado en aquellos momentos. Un verde psicológico, emocional. Lo más importante ya lo estaba haciendo: salir, sin importar qué. Salir de la ciudad de Madrid. Salir de una situación incómoda. Salir de todo y, entrar de lleno en la aventura, en lo que ofrece el destino.

A medida que avanzaba, mi mente y mi espíritu empezaba a despejarse. Cogí la carretera que va a los montes de El Pardo pensando que, luego, podría seguir los senderos internos del parque hasta salir cerca de Collado Villalba o alguna localidad al norte. La idea era evitar el tráfico. Salir de una ciudad grande no es algo que genere paz y tranquilidad. Al arribar a los alrededores del conjunto urbanístico, después de internarme en una arteria rodeada de árboles, enseguida me dí cuenta que quizás me he equivocado en venir aquí, por la cantidad de edificios y vehículos militares a la vista. La Zarzuela, el Palacio de los Reyes de España se halla en este territorio. Un par de ciclistas me aseguran que es imposible traspasar los muros de los alrededores de este enorme predio, que lo que había que hacer es retornar por donde vine. Me indican una alternativa de salida, sin embargo, que me llevaría hasta los límites de Alcobendas. Versión ratificada posteriormente por unos policías locales que patrullaban por la zona. “Hay una ciclovía hasta Colmenar Viejo”, me dice uno de ellos.

Acepto el reto de retornar a medias por donde vine. He salido de la zona de Cuatro Caminos, ahora retorno hasta Alcobendas; una especie de regresión hacia la ciudad de donde salí. Retirarse de El Pardo significa caminar mucho, las cuestas arriba se hacen largas y el sol empieza a apretar. La compacta vegetación da la sensación de estar en el campo, fuera de la ciudad. Quizás por ser Domingo y soleado, la presencia de numerosos ciclistas es significativa. Circulan por los senderos adyacentes a la carretera M-612 El Pardo - Fuencarral, por donde voy lentamente transitando. Camino a la izquierda de la ruta, directamente en frente al vehículo que me cruza. La aparatosidad de La Ponderosa les sorprende y dan la vuelta al volante por instinto. Historias de atropellos y muertes de ciclistas abundan estos días en los Medios. Ver, de repente, a una bicicleta tan grande directamente en su carril, con alguien empujandola de frente, sin inmutarse, les coge por sorpresa y vulnerables.

Finalmente arribo a la mentada vía ciclista poco antes de la Universidad Autónoma de Madrid en Alcobendas. Me informan que dicha arteria ciclista se extiende por una treintena de kilómetros hacia el Norte. Voy acostumbrándome poco a poco a esta maravilla. Salir de Madrid en bicicleta hacia el Norte nunca ha sido tan benéfico y cómodo, pienso. De repente, veo una Ermita, la Ermita de Nuestra Señora de Valverde e ingreso con la intención de rezar en silencio. Dentro, tres personas arrodilladas rezando y murmurando, como de un retazo del libro de Paulo Cohelo se tratara. Mi oración es breve. Pido por mis familiares, por mí mismo. Me siento profundamente agradecido y regocijado. Afuera hay sol y quietud. Veo que los tres hombres tambien salen por la gran puerta de madera grabada, algo remarcable de la Ermita. Uno de ellos se acerca a mi bicicleta respondiendo a una llamada que les hice, para hablarles de mi proyecto y mostrarles las artesanías que llevo. Me ayuda con 5 Euros y se lleva un llavero con estuche negro. Un auténtico regalo para sí mismo o para un relativo.

Minutos después, salgo nuevamente a mi espléndido sendero exclusivamente para bicicletas con la M-607 rodando al costado. Hay sectores en que el camino para bicicletas está muy cerca de la carretera, que uno puede distinguir a los ocupantes de los vehículos quienes, de vez en cuando saludan al ciclista que viaja bien cargado mientras sus carros están parados en ocasionales atascos.

De pronto, un ciclista para en seco a mi lado, con las ruedas delanteras mordiendo el pavimento. “-Omar, soy Joris !” Su malla naranja con la palabra “Holland” me hacen conectar en décimas de segundos a la identificación de la persona quien acaba de saludarme. Es Joris Vredeling, uno de los fundadores de la Huerta de Tiziano, a quien anoche justamente le había enviado un email para ver si podía guardarme mi caja en su domicilio, mensaje por el cual no obtuve respuesta.

“-Joder, tío, qué coincidencia!”, parece estar genuinamente contento en verme aquí, tan lejos de casa. Casa?, qué casa ?, pienso. Joris es un holandés afincado en el vecindario que yo acababa de abandonar. Promotor, como digo, de la huerta comunitaria de Tiziano, alguien con quien platicaba en Inglés y con cierta regularidad, incluso me había comprado una vez un par de pulseras para su hija, cuando me ubicaba en la vereda la Calle de Bravo Murillo. Alguien para quien la bicicleta verdaderamente representa lo mismo que para mí: libertad y alegría.

“- Oye, esta mañana he puesto cerca de los contenedores de reciclaje y la Panadería, una caja gris que contiene mis cartas postales. Si puedes, por favor, puedes ir a fijarte si aún sigue ahí y me lo guardas?”, le digo pensando que los milagros existen.

“- Por supuesto, cuando llégue a Madrid, iré a chequear y si lo encuentro, te lo guardo, claro que sí.” Y, nos despedimos. Sigo mi camino hacia el Norte, hacia mi destino. Dos días después de aquel encuentro inaudito, Joris me anuncia que ha hallado la caja y que la tiene guardada en su casa. El destino y los milagros existen.

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